Facultad de Humanidades

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Identidad


 Contagiar el orgullo y promover la responsabilidad

Pueden verse en el Tlamatini las tres funciones sustantivas de la Universidad y las cinco licenciaturas de nuestra Facultad. 1) La investigación: Tlamatini significa el sabio que ha alcanzado el conocimiento  –por ello posee tintas roja y negra, como se observa en la imagen–. 2) La enseñanza y 3) la difusión, verbal y escrita, representadas en las vírgulas –también impregnadas de sabiduría, simbolizada por el rojo y el negro– que emergen de boca del Tlamatini, las cuales representan también las cinco licenciaturas (América Luna, S/F).

Tlamatini no hemos de traducirlo como escribano sino como escritor. Al escribano le dicta una autoridad, el escritor ha de ser pensador libre y autocrítico, si se respeta. Libre no significa voluntarioso; significa que es más libre quien no decide en la ignorancia: no se puede ser escritor libre si no se es lector abierto, curioso insaciable y acucioso. La libertad de que hablamos nos viene del conocimiento que procesamos, más de la lectura y menos de los profesores.[1]

El Tlamatini nos recuerda que lo nuestro ha de ser la pasión por la lectura, el argumento y la escritura.

Pero ¿por qué se ha tomado a Tlamatini, imagen del mundo prehispánico, como logo identitario? Tlamatini es mestizo. Nuestra tradición cultural mexicana nos lleva a mirarnos en un espejo cuya imagen parece ser sólo prehispánica. Esta tradición, comparada con la de otros países americanos ha tenido efectos positivos que no pocos estudiosos extranjeros han advertido (Lafaye, 2002): no que no nos falte camino por recorrer en la lucha contra la discriminación, y, sobre todo –¡sobre todo!–, contra la desigualdad de oportunidades y del nivel de vida. El sabio Tlamatini es mestizo porque ahora lee libros del mundo entero en otros idiomas, escribe y publica en alfabeto latino para intercambiar ideas. Reivindicar nuestra raíz indígena o africana no nos impide reivindicar la otra parte del mestizaje biológico[2] y cultural que nos ha dado existencia. La humanidad, una sola, es resultado necesario de la migración y el mestizaje. Si los cuerpos son resultado de mestizaje y adaptación darwiniana, las culturas también son resultado de ello: sin adaptación y mestizaje cultural, como sin intercambio matrimonial –evitación del incesto–, la humanidad, los pueblos, habrían desaparecido. Como Tlamatinis, hemos de ser guardianes, cultivadores y difusores de los saberes y positivos valores prehispánicos al mismo tiempo que de los saberes y positivos valores occidentales. Aquí hemos evocado, precisamente, un conjunto de valores irrenunciables que hemos heredado de Occidente: los derechos humanos reflejados en las garantías individuales constitucionales de la mayoría de los países del mundo. Y hemos apuntado que la Ciencia universal es la mejor herramienta del hombre. El sabio Tlamatini, mestizo, nos recuerda este legado, esta responsabilidad.

[1] “La verdad nos hará libres” significa que el conocimiento vuelve libre la elección pero, sobre todo, que nos hace responsables de las consecuencias: no da patente para sentirse libre y decidir lo que a uno le venga en gana. La libertad alcanzada por el conocimiento es, pues, sinónimo de responsabilidad por la consecuencia de nuestros actos: no podremos decir “es de que no lo sabía”.

[2] Todos venimos de África, no sólo los integrantes de nuestra otra raíz, africanos que llegaron en tiempos coloniales. Las variantes fenotípicas como el color de la piel, y muchas otras que no vemos, documentan las corrientes migratorias y la diversidad del mestizaje universal. Si por selección natural los hombres africanos, tras llegar a Europa, no hubieran aclarado su color de piel no habrían sobrevivido: la alta presencia de melanina en la piel que protege del excesivo sol de África impide, en Europa, aprovechar el poco sol necesario para producir la vitamina D, indispensable para el funcionamiento del sistema inmunitario. Y así, muchas adaptaciones fenotípicas.

Los actores y estudiosos del arte teatral, crean, interpretan, reseñan análisis críticos. Estas tareas les exige, como a los demás humanistas, mucha lectura y escritura. Con su bagaje cultural construyen una concepción del mundo, la interpretan, la explican, aceptan discutirla.

En gran parte, lo mismo hacen los estudiosos de las Letras: muchas lecturas para aprender a crear o para formular crítica literaria de novela, cuento, poesía, teatro; no menos han de hacer –como todo humanista–, para preparar clases o dar conferencias. Como creadores, críticos o analistas de la realidad buscan comprender, exponer lo bello, lo malo, lo feo que pueden apreciar en el mundo real, individual, sicológico, histórico, social, del pasado, del presente y del futuro o en la utopía, con entera libertad aunque han de dar cuenta de algún modo a sus lectores, dispuestos a dialogar con ellos. En este sentido son los más libres para crear, contrariamente a los historiadores que tienen obligación de demostrar documentalmente sus tesis. Cuando los literatos crean, dicen verdades sicológicas o sociales entretejidas en su narración. Por ello los filósofos pueden usar la literatura como materia de sus ensayos.

Y los historiadores, más de una vez, como fuente primaria o confirmación de sus hipótesis. El objeto de los historiadores es el pasado aunque siempre parten de actuales inquietudes y de su presente concepción del mundo, bajo la exigencia de evitar juicios anacrónicos. El historiador ha de explicar el mundo que estudia en el contexto cultural de su objeto de estudio. El estudio de la historia no puede resolver problemas del presente: la Historia es el laboratorio donde se aprende a razonar y analizar relaciones sociales complejas entre planos, procesos, factores, variables y actores. Todo es historiable para el historiador, pero, incluso cuando estudia su localidad o región, el contexto insoslayable es la historia humana global, que se verá enriquecida con la historia local investigada.

También por esto nada humano es ajeno a la Historia como nada humano es ajeno al trabajo del filósofo: éste puede usar como materia prima acontecimientos contemporáneos, conocimientos científicos o cualquier fruto de las otras disciplinas humanísticas para reflexionar sobre ello y escribir, exponer su análisis con rigor. A su vez, las otras cuatro disciplinas cultivarán las propuestas de los filósofos más conspicuos y oportunos.

Por su parte, los profesionales de las Ciencias de la información documental tienen una función actual con raíces históricas y culturales fundamentales: preservar nuestra memoria, preservar sus evidencias, como la vía para darla a conocer, ponerla a disposición de todos –que es la mejor forma de preservarla–. Preservar documentos, libros históricos y la obra de filósofos o literatos y el trabajo de artistas, científicos y técnicos. Si la cultura es consubstancial a los grupos humanos desde la más remota antigüedad, la cultura escrita es fruto de los pueblos que fueron descubriendo la necesidad de dejar constancia secular de su historia, pensamiento, conocimientos, compromisos de gobierno o de justicia. Esto llegó a implicar la obligación de conservar documentos, de no destruirlos como antes hacía todo conquistador. Al final del día, es este compromiso, hito cultural, el que fundamenta hoy la profesión del documentalista –apoyado en las ciencias y técnicas necesarias– que ya no sólo preserva nuestra memoria en soporte material sino también digital, ya no sólo libros y documentos físicos sino imágenes, videos, audios y toda producción artística o patrimonial. Nada humano le es ajeno a esta disciplina humanística, como a ninguna de las que conforman nuestra Facultad.

La actual Facultad de Humanidades, cual árbol frondoso dando frutos, ha crecido desde las hondas raíces del Instituto Literario del Estado de México, creado por Decreto del Congreso estatal el 3 de marzo de 1828. En las siguientes décadas del siglo XIX hay constancia de los estudios literarios y humanísticos que se impartían en el Instituto, así como de estudiantes humanistas que llegarían a destacar en el ámbito nacional e internacional, como Ignacio Manuel Altamirano. El modesto origen social de Altamirano, que fue becario del Instituo, ha de recordarnos que la Facultad de Humanidades debe seguir cumpliendo con sus objetivos esenciales: favorecer la movilidad social, a la par que la libertad de crear y pensar, la capacidad de escribir, analizar y reconstruir la historia social y cultural, contribuyendo a crear un mejor país, a través del trabajo de sus egresados.

El siglo XX representó grandes transformaciones para el Instituto Científico y Literario que en 1886 había adoptado el apelativo científico. En 1943 al Instituto se le reconoce Autonomía y en 1956 se transforma en Universidad Autónoma del Estado de México, en cuyo seno siguieron cultivándose las Humanidades. Las universidades ostentan este título porque imparten Humanidades, de la misma forma que las Escuelas se convierten en Facultades cuando otorgan grado de maestría y doctorado. Efectivamente, en la Escuela Superior de Pedagogía, fundada en 1945, se impartía Pedagogía, Filosofía, Letras e Historia. En 1967 la Escuela de Pedagogía Superior adoptó el nombre de Escuela de Filosofía y Letras, que previamente ofrecía las carreras de Letras, Historia y Filosofía; luego, las carreras de Psicología, Geografía, Turismo y Antropología. Éstas últimas se convertirían en otras tantas Escuelas, primero, Facultades, después. En la Facultad de Humanidades vieron la luz las licenciaturas Artes Teatrales en 1985 y Ciencias de la Información Documental en 1992

La actual Facultad adoptó el nombre de Instituto de Humanidades en 1970 y en el año siguiente cambió su sede: del Edificio de Rectoría pasó a la Torre Académica, ubicada en lo alto del Cerro de Coatepec. Por el incremento en el número de estudiantes, ya como Facultad se trasladó, en 1984, a su ubicación actual, en la misma Ciudad Universitaria.

Desde entonces, se ha dado una sinergia positiva que nos ha llevado a celebrar un aniversario más del Posgrado en Humanidades. Como botón de muestra de esto, al final de la conmemoración del XX aniversario del Posgrado, siguiendo la divisa de RedALyC –la Ciencia que no se ve no existe–, la plataforma de divulgación científica más importante del mundo iberoamericano, con sede en nuestra Universidad, se presentó el repositorio virtual abierto de las 350 tesis de grado de los egresados. Sin duda, en el mundo virtual circulan muchas más publicaciones en revistas especializadas de los mismos egresados; 27 doctores egresados (18%) se han convertido en miembros del Sistema Nacional de Investigadores, después de haber sido posdoctorantes en instituciones de investigación y docencia nacionales o extranjeras.

La sinergia entre licenciaturas y los Programas de Maestría y Doctorado de la Facultad puede señalarse lo siguiente. En 2004 se dio la primera reestructuración importante, bajo la perspectiva de competencias profesionales y la flexibilidad de los currícula, de los planes de estudio de todas la licenciaturas, periodo en que fue Director de la Facultad el entonces Maestro, hoy doctor, Miguel Ángel Flores. Esto permitió que, en 2006, las licenciaturas de Filosofía, Historia, Letras Latinoamericanas y Ciencias de la Información Documental obtuvieran la acreditación en las evaluaciones realizadas por el Comité Interinstitucional para la Evaluación de la Educación Superior. El mismo año, la Maestría y el Doctorado en Humanidades obtuvieron registro en el Padrón Nacional de Posgrados de Calidad del Consejo Nacional de Ciencias y Tecnología (Conacyt). Desde entonces, se ha logrado renovar la acreditación de estas licenciaturas y del posgrado. En 2017 y 2020, Artes Teatrales logró la acreditación y reacreditación, respectivamente, por parte del Consejo para la acreditación en Humanidades (Coapehum). Entre 1999 y 2023, la matrícula de la Facultad ha pasado de 800 a más de 1100, en cifras redondas, incluido el posgrado que pasó de 40 a 100. La denominación actual de las cinco licenciaturas es: Artes Teatrales, Ciencias de la Información Documental, Lengua y Literatura Hispánicas, Filosofía, Historia. Las áreas de especialidad de Posgrado son: Maestría y Doctorado en Estudios Históricos, Estudios Lationamericanos, Estudios Literarios, Ética Social y Filosofía Contemporánea. Por otro lado, de 18 profesores que pertenecían al Sistema Nacional de Investigadores en 2003, actualmente la Facultad –considerando a los profesores del Centro de Investigaciones en Ciencias Sociales y Humanidades y del Instituto de Estudios Sobre la Universidad– cuenta con 38 miembros del sni entre 81 profesores de tiempo completo y medio tiempo, es decir, casi 47 por ciento. En posgrado, miembros del sni son 32 (9 de nivel 2) de un total de 44 profesores, es decir, casi 75 por ciento, lo que facilita mantener el Programa con reconocimiento de Conacyt. En el Posgrado, además de los profesores del Cicsyh y del Iesu, participa, con un profesor cada uno, el Instituto de Ciencias Agropecuarias y Rurales, la Facultad de Artes y el Centro de investigación aplicada para el Desarrollo Social.

¿Y cómo se explica esta trayectoria?

La Maestría en Estudios Latinoamericanos se estableció en 1974,[1] lo que le permitió a la entonces Escuela ostentar el título de Facultad de Humanidades en 1977. Las Maestrías en Estudios Literarios, Filosofía e Historia datan, respectivamente, de 1982, 1983 y 1989. Fueron 83 los graduados de estas maestrías, generaciones 1974 a 2002. Ya en 2003, estas cuatro maestrías unirían esfuerzos, junto a profesores investigadores pertenecientes al actual Instituto de Estudios sobre la Universidad y al Centro de Investigaciones en Ciencias Sociales y Humanidades, de la propia Universidad, para crear el Programa Maestría y Doctorado en Humanidades. Este trabajo conjunto había reunido al mayor número de investigadores reconocidos por el Sistema Nacional de Investigadores, lo que convirtió al Posgrado en uno de los primeros Programas con reconocimiento de Conacyt y, por ende, con posibilidad de beca para todos los estudiantes participantes, lo que favorece la obtención de grado así como la calidad de las investigaciones que realizan. Se han graduado como Maestros en Humanidades 267 estudiantes y 131 como Doctores. Desde 2003, el Posgrado en Humanidades ha mantenido el reconocimiento de Excelencia, en el Sistema Nacional de Posgrados, y, desde 2006 la Maestría y el Doctorado en Humanidades obtuvieron registro en el Padrón Nacional de Posgrados de Calidad del Consejo Nacional de Ciencias y Tecnología (Conacyt), hoy Consejo Nacional de Humanidades, Ciencias y Tecnología (Conahcyt).

Fueron tres las claves de estos reconocimientos. La primera estuvo constituida por la colaboración entre tres instancias académicas de nuestra Universidad –la Facultad, el Centro de Investigación en Ciencias sociales y Humanidades y el Centro de Estudios sobre la Universidad–, donde se hallaba un número significativo de investigadores con grado de doctor, y cuya producción los hacía pertenecer al Sistema Nacional de Investigadores. Esto era el requerimiento fundamental que el Secretario de Investigación de la Universidad –el doctor Arriaga Jordán– en ese momento había identificado y había propuesto. El acuerdo y la alianza entre los líderes e investigadores de las tres instancia daría sus frutos como se constata.

El doctor René García Castro nos relata, en primera persona, el inicio de esta sinergia que intitula: El momento del gran proyecto académico en Humanidades

Las instituciones educativas de nivel superior pasan por circunstancias que les permiten transitar hacia instituciones modernas capaces de ofrecer un posgrado. Se requirió no solo de la voluntad de una persona o un conjunto de personas, sino también de la conjunción de los intereses de varias instituciones, de las capacidades individuales de todos los involucrados y de muchos otros factores que dan por resultado que una idea o proyecto se lleve a cabo.

a) El factor continuidad. El Mtro. Ruperto Retana, director de la Facultad de Humanidades en turno, me había comentado la idea de iniciar nuevos proyectos para el posgrado y en los que él pensaba yo podría colaborar. En ese entonces solo tenía trabajo como profesor de tiempo parcial en nuestra Facultad. Cuando asumió el cargo de director el Mtro. Francisco Javier Beltrán Cabrera continuó con la misma idea, pero ahora él se había dedicado a hacer varios trámites para lograr nuevas contrataciones de profesores con grados de maestría y doctorado para dar inicio a la creación de los nuevos estudios de posgrado. Yo me había doctorado y acepté con entusiasmo dejar mi antiguo empleo en el ciesas y convertirme en profesor de tiempo completo en nuestra Facultad para dedicarme, entre otras tareas y con otros colegas, a la creación y fundación de una maestría y doctorado en Historia.

b) El factor intrainstitucional. A finales del siglo XX y principios del XXI, en nuestra Universidad corrían nuevos aires académicos que buscaban impulsar los estudios de posgrado en todas las ciencias y disciplinas que se cultivaban en esta institución. En particular recuerdo las charlas que tuve con el Dr. Rafael López Castañares (q.e.p.d.), quien fungía en ese entonces como Coordinador General de Investigación y de los Estudios Avanzados, donde planteaba que los nuevos posgrados de nuestra Universidad debían ajustarse a los requerimientos establecidos tanto por la Secretaria de Educación Pública (sep) como por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt).

El Dr. Carlos Arriaga Jordán, Director de Investigación, mostró un especial interés para que nuestra Facultad pudiera crear y fundar nuevos posgrados de calidad en todas las disciplinas humanísticas. Cuando le solicité una entrevista, me indicó que veía una planta académica todavía en formación en el área de Historia, pero que había muchos otros profesores y disciplinas humanísticas que tenían una gran fortaleza como colectivo. Me sugirió entonces que pudiéramos pensar en un posgrado integrado de maestría y doctorado para toda la Facultad.

De inmediato me puse en contacto con el Mtro. Francisco Javier Beltrán Cabrera, director en turno, y con el Mtro. Miguel Ángel Flores Gutiérrez, coordinador de Posgrado en ese entonces –hoy doctores– y les comenté sobre esta posibilidad, quienes también se entusiasmaron con la idea. En el área de Historia varios profesores (Francisco Lizcano Fernández, Miguel Ángel Flores Gutiérrez, Pedro Canales Guerrero, entre otros) comenzamos a mirar la propuesta como una gran oportunidad de plantear nuestras aspiraciones de fundar tanto una maestría como un doctorado y ser co-partícipes de un gran proyecto académico que involucraba a casi todas las disciplinas humanísticas de la Facultad. Cada claustro de profesores (Letras, Filosofía, Estudios Latinoamericanos e Historia) hizo lo propio, pues se contaba con una planta académica muy consolidada en ese entonces no solo dentro de la Facultad sino también dentro de la propia Universidad. Asimismo, se invitó a participar en este proyecto al Centro de Estudios Sobre la Universidad (cesu) y, muy posteriormente, al Centro de Investigaciones en Ciencias Sociales y Humanidades (Cicsyh), cuyos claustros consolidados se incorporaron al proyecto.

c) El factor interinstitucional. Para principios del siglo XXI, el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) y la propia Secretaría de Educación Pública (sep) a través del Programa de Mejoramiento del Profesorado (promep) se habían convertido en los dos ejes rectores que buscaban transformar toda la educación superior en un modelo de calidad, con criterios y programas específicos para elevar la educación de los jóvenes del nuevo milenio. El Conacyt trabajó en dos líneas: una, que buscó calificar la actividad de los profesores universitarios que hacían investigación; y, dos, crear y calificar los estudios de posgrado y ubicarlos en un padrón nacional, cuyos principales beneficiarios serían los alumnos inscritos en esos programas de calidad, pues se les habría de dotar de una significativa beca económica, que cubriría todos los gastos de inscripción y colegiatura, más una remuneración económica para el sostenimiento del estudiante de tiempo completo.

Por su parte, el PROMEP establecería varios programas que buscaban mejorar las condiciones profesionales de los académicos universitarios: se crearon los cuerpos académicos, o grupos de investigación afines; se alentó el desarrollo del perfil profesional docente, a quien se estimuló con un nombramiento y un apoyo económico para el establecimiento o el mejoramiento de la infraestructura del personal docente en los espacios universitarios.

e) El compromiso de una generación de académicos. El proceso de creación y fundación del programa de posgrado de Humanidades llevó su tiempo. Tuvimos que familiarizarnos con las instituciones externas (Conacyt) y con las instancias internas de nuestra Universidad (cuyo rector en turno fue el Dr. Rafael López Castañares, q.e.p.d.) y la ahora Secretaría de Investigación y Estudios Avanzados (SIEA) a cargo del Dr. Carlos Arriaga Jordán. También hubo un cambio en el relevo de nuestra Facultad, ahora nuestro director era el Mtro. Miguel Ángel Flores Gutiérrez y la coordinadora de Posgrado la Mtra. María del Rosario Pérez Bernal, hoy doctores. Sin embargo, lo más importante fueron las innumerables reuniones entre todos los claustros de la Facultad para discutir y ponernos de acuerdo sobre el tipo de posgrado conjunto que habríamos de fundar y todos los innumerables detalles que ello conllevaba. Al final, optamos por un programa dedicado a la investigación. (Interrumpimos por un momento la narración del Dr. René García Castro.)

La segunda clave, también señalada claramente en los lineamientos de Conacyt, consistía en evitar la endogamia académica, en dos vertientes. Por una parte, se ha cuidado que la composición del claustro, con el paso de las generaciones, no rebase el 50 por ciento de investigadores egresados del propio claustro. Por otro lado, cumplir con el reglamente que exige la formación de comités tutoriales que den seguimiento a los avances de investigación de los estudiantes y que en ellos, obligatoriamente, participen investigadores nacionales e internacionales.

Retomamos nuevamente la versión personal de Dr. García Castro, sobre la organización de los comités tutoriales y los seminarios de investigación, que primero él mismo había propuesto para la licenciatura en Historia. Esto muestra la sinergia del trabajo en las licenciaturas que darían fruto en Posgrado. Nos dice el Dr. García Castro: Al hablar de la experiencia docente, me referiré a los seminarios de investigación que han sido el eje fundamental de nuestros programas de posgrado en Humanidades, pero en particular hablaré de los que se han practicado en Estudios Históricos.

La concepción de los seminarios de investigación como aquellos espacios académicos donde se va generando y perfilando el nuevo conocimiento científico son la mejor opción para la formación y consolidación del trabajo académico de mediana y larga duración. Cuando me tocó participar en la renovación de los planes de estudio de la licenciatura en Historia en 1992 –con Francisco Lizcano y Miguel Ángel Flores–, propuse la creación de un conjunto de seminarios de investigación, secuenciales (6) y temáticos a partir de la especialidad que podíamos ofrecer los profesores en turno para que nuestros estudiantes pudieran desarrollar ahí sus tesis de licenciatura. El resultado a mediano plazo dio sus frutos, pues nos fuimos convirtiendo en la licenciatura que más alumnos titulábamos de nuestra Facultad.

Cuando participamos en la creación de los programas de posgrado en Humanidades, ya sabíamos varios colegas que los seminarios de investigación eran los espacios probados y experimentados, que se habían convertido en la mejor fórmula para conducir a los estudiantes por el camino de la investigación. Asimismo, sabíamos que el debate académico de los avances presentados por cada estudiante en estos seminarios debía hacerse bajo la fórmula de un comité de especialistas (internos y externos) que participaran en la evaluación y seguimiento de la investigación individual. Aunque el mismo Conacyt así lo estipulaba en sus requisitos para reconocer el posgrado dentro de sus programas de excelencia, en el claustro de Estudios Históricos ya teníamos una experiencia previa y una convicción de que así debían funcionar los seminarios de nuestro posgrado. Los resultados han sido positivos, pues nuestro claustro (Estudios Históricos) no tiene grandes rezagos de graduación de sus estudiantes y una muy baja deserción hasta la fecha. (Interrumpimos aquí la narración en primera persona del Dr. García Castro.) Parte de la sinergia expuesta y la formación de calidad son las estancias que los estudiantes han realizado en el extranjero o en otras instituciones nacionales –aunque en años recientes se han suspendido por falta de presupuesto nacional–: de las generaciones 2008 a 2015, entre un total de 215 estudiantes, 30 realizaron una estancia académica en una institución extranjera de educación superior o investigación; 50 en una institución nacional.

Una tercera clave para mantener al posgrado en el padrón de excelencia de Conahcyt ha sido mantener altos los niveles de graduación de los estudiantes –superior a 70%– y su formación como investigadores que publican en revistas especializadas. A esto, ha ayudado el cumplir con dos lineamientos reglamentarios del posgrado: 1) la titulación es parte de los créditos previos y necesarios para la obtención del grado y 2), antes de proceder al examen de grado, deben haber publicado resultados de su investigación en una revista indizada de difusión científica. Esta revista puede ser la de la Facultad, que aplica la revisión de los trabajos por pares ciegos.

Reflejo de la calidad de las investigaciones en la Facultad, fue la aparición, en 1987 del primer número de la revista Coatepec,[2] de difusión científica, de la Facultad de Humanidades. Con el nombre de Contribuciones desde Coatepec, la revista ha alcanzado reconocimientos internacional, y en ella participan todos los claustros y cuerpos académicos que, a su vez, han establecido vínculos con investigadores pares de los ámbitos nacional e internacional; en la revista también publican resultados de investigación los estudiantes de posgrado.

Hacia adelante, sin duda, quedan retos aún por resolver en nuestra Facultad, concluye el Dr. René García Castro. Habría que pensar en fundar los posgrados de Ciencias de la Información Documental y de Artes Teatrales, que en su momento no contaban con una planta docente suficiente para poder incorporarse al que se estaba fundando; esto puede ser dentro de los programas ya existentes o de manera independiente. También habría que plantearse la posibilidad de compartir algunos programas de posgrado con otras instituciones externas a la UAEMex, tanto nacionales como extranjeras. En fin, son sólo algunas ideas para el próximo relevo generacional.

Mientras tanto, la Facultad de Humanidades seguirá favoreciendo la movilidad social, la libertad de crear y pensar, la capacidad de escribir, analizar y reconstruir la historia social y cultural, contribuyendo a mejorar el país, a través del trabajo de sus egresados.

[1] Un año antes, Contaduría había establecido una maestría y, un año después, Ingeniería un doctorado: los tres primeros posgrados de la UAEMex.

[2] Coatepec fue un retoño de Tlamatini que se inició en 1982, boletín informativo que se mantiene a la fecha, transformado en una publicación digital con el nombre de Tlamatini. Mosaico Humanístico, da luz sobre todo a trabajos de los estudiantes, hoy no sólo textos sino también audio, video e imágenes artísticas.

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